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lunes, 18 de febrero de 2013

Conversando con un desconocido


Hace unos días conversé con un imperfecto desconocido. Imperfecto porque los seres humanos somos así, nadita de perfecto aunque nos creamos los dioses del Olimpo.

Resulta que conocí a esta persona por muchos años. ¿Entonces cómo rayos lo llamo desconocido? Sus decisiones y circunstancias de vida lo hicieron alejarse de mi y de los míos. Cuando hablamos por teléfono, en par de ocasiones durante estas semanas que han transcurrido, me doy cuenta que hablo con una persona que en realidad no conoce mis inquietudes y logros, y que vive en una soledad abrumadora, en la que la negación es el plato del día.

Cuando le comento las cosas nice que tiene la vida, me compara con personas que apenas conozco y que en realidad no componen nada en mi vida. Cuando le hablo de la actualidad, se va en un viaje al pasado, enajenándose de todo lo presente. Y peor aún, cuando le pregunto cómo está, dice que perfectamente bien, cuando la primera parte de la conversación siempre la dedica a sus achaques.

Las veces que hablo por teléfono con él, porque eso de Skype es complicado para que lo entienda, me doy cuenta que se encerró en un mundo de mentiras tras mentiras, que abona con la maldad de una insignificante que lo está llevando a la catástrofe de sus últimos días. Tengo paciencia, pero ese desconocido a quien conozco ya sólo de vista, anda perdido en la bruma de su pasado, de su soberbia y de la fantasía que ha creado con su perversa benjamina.

A veces, en los noticiarios aparecen viejitos que andan solos por su vejez, y alegan que sus familias los abandonan. ¿Y qué si el abandono viene de ellos? Yo respeto sus decisiones aunque no sean simpáticas. Ojalá y un día se de cuenta que le han tomado por lo que es, un viejito pendejo que perdió todo a cambio de nada.