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domingo, 28 de abril de 2013

No me dejaste probar la sortija



A la verdad que cuando la Sara Montiel se  la llevó Pateco, sufrí más que el hecho de que la Margaret Tatcher le hacía compañía en la guagua del Hades. También se apuntó la Anette Funicello, esa que andaba con las orejas de  Mickey. Y yo acá, recordando a mi mamá cantando la Violetera y tratando de descifrar dónde rayos era la calle de Alcalá.

Los funerales de estado de la Tatcher me marearon tanto como la lancha de Vieques con el mar pica´o. Yo no sé para ustedes, pero para mí estaba a punto de reventar dentro del ataúd. Por lo menos los de la Montiel, aunque más modestos fueron a tó pulmón, como el último cuplé.

Hasta ahí, la vida es peaches and cream, pero cuando empiezan los joseadores a buscar qué rayos dejó cada quién se jode la cosa.  No he eschuchado nada de la Tatcher, pero sí algo del testamento de la Montiel.

Con la suerte que he tenido en esos menesteres, ni la ceniza del cigarro me hubiera toca´o pero cuando en la tele se disponían a dar algunos detalles del evento en que Zeus y Thais se repartirían la fortuna de una de las mujeres más hermosas de España, me tuve que largar a emergencia del hospital. Me quedé vestida y alborotá sin probarme en mi imaginación uno de esos sortijones con piedras de nombres impronunciables que usaba la diva.

Por lo menos no era yo la de las dolamas. Llego a emergencia con la camisa almidoná y la calle de Alcalá todavía entre ceja y ceja, cuando una doña me empieza un interrogatorio detectivesco de la razón por la que estaba mi media naranja allí. Respiré todo lo más que pude y me mordí la lengua para no decirle que estaba de parto porque seguía los mismos pasos de la octomom. ¿Por qué carajo le tengo que dar explicaciones a un extraño si existe la ley HIPPA que aquí es como la ley Pipa? Todo barrigón que se acerca es para preguntar qué pasa. Nada que estamos en el bar Emergencia pidiendo un coctelito de demerol con morfina y bitters de agua salina. Después de dos de esos, nos vamos a bailar.

Mire no sea presentá y quédese con lo suyo.  Como todo en las familias puertorras viene en family pack, por razones que desconozco pero creo que se las puedo atríbuir a las venganzas de Yukiyú, tuve que ir a otro hospital por un ser muy querido. Allá nadie preguntó ni un ápice y todos, como buena familia, terminamos con una fría algunos y otros, como yo copita de vino en mano, dándole gracias a la energía positiva que todo había salido bien, un brindis por los dos que se jonquiaron y pa´lante.

Lo mejor, no me probé sortija alguna, y me perdí el testamento. Total, pa´las cenizas...

lunes, 8 de abril de 2013

Seso ' e pollo

Yo lo sabía, la semana empezaría con melodrama para agitarnos el espíritu. Eso de que tres se vayan el mismo día al más allá me hizo reflexionar a todo fuete. En un mundo donde la frivolidad intelectual campea por su respeto, y donde toda mujer que sale en par de revistas ya se considera una diva, sólo por el mero hecho de ser, me preocupa. Esto de divas y celebrities es como ir a Pitusa y comprar jabones por montones. De las divas internacionales, hay que joderse, y de las locales, peor aún.

Hay quien se cree diva por engancharse el último grito de la moda y verdaderamente aunque se joda, otras por crímenes no resueltos, y las generalas, esas divas celebrities que son bondo y pintura porque seso, esa palabra es muy complicada.

Entonces se despacha la Margaret Tatcher, la Saritísima Montiel --ah, y me quedé esperando que los noticiarios locales mencionaran el último cuplé-- vestida y alborotá, como todas mis amigas del círculo social FBIT: Facebook, Instagram y Twitter. Y por la tarde, la Anette Funicello, la eterna Mouseketeer. Too much para un día de calor en el tropico.

Cuando creí haberlo visto, entran en acción las Divas dumber locales, con su diosa mayor en el altar, la Maripili, quien ha encontrado en ser bruta un negocio lucrativo. Esta es una bruta capitalista. Luego la Olga Tañón, que juraba que la Tatcher era Meryl Streep porque encarnó el papel de la ex primer ministro inglesa en la biografía de Hollywood.

Oh, pero bueno, y mientras esto pasaba, trataba yo de imaginarme de luto la calle de Alcalá. Ahí, precisamente en la esquina, me dí cuenta de que tuve una pseudodiva de crianza, y pasó a ser la diva desconocida y desconocedora, predecible hasta el ñú y acomplejá hasta el tuétano.  Con el aroma de violetas, entré en razón: siempre hay una pseudodiva cerca de usted. Olé.