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martes, 19 de noviembre de 2013

El Country Club de los pacientes

Esto de ir a un médico es toda una odisea, más aun cuando son especialistas en alguna de esas condiciones que promueven en todos los condena´os anuncios de televisión.

Lo mio no era por querer, era por seguimiento, just in case. Llego, me pongo cómoda y agarro esa novela que estoy leyendo a duras penas, pero que resuelve un montón para alejarme del mundo de las quejas y los sustos que pasan todos esos mortales que tienen como afición ir al médico a contarse la vida entera.

Ahí estaba yo, con el personaje del sueco llamado Markus, cuando una doña --que por mi madre que está en el cielo-- estaba más sorda que una tapia, le dice a otra, "ese plan médico mio es el único que cubre esta prueba". La otra, con cara de compungida, ya le dolía lo que tenía que pagar..."Ah, pero fíjate, yo estoy que casi no puedo comer nada". Jum, pensé yo acá, pero me pareció contradictorio no verla más seca que un bacalao. "Es que todo me cae mal". Ya la conversación se me estaba subiendo por los pies. Tenía ganas de gritarle, " A mi no me importa"...o al menos bien a lo Chavo del Ocho, "Cállese que me desespera".

Intenté seguir el hilo de la novela, pero entre la diabetes crónica, las diarreas, los vómitos y mare´os de las dos doñas, que parecían estar en competencia por las dolamas, creí perder el conocimiento. La que estaba mareada, como caballito de pica, era yo.

Entonces, la condenada doña dueña de la hambruna porque casi no puede comer, va donde la secretaria del médico a preguntar qué número hizo. ¿Por qué? Porque tenía hambre e iba a la cafetería cercana a jampearse una empanadilla grasienta, un café, dos alcapurrias y sabrá Dios qué. Touché.

Pensé en la tía Linín, esa que tuvo mi progenitor. Esa que hasta sobornaba a los enfermeros del hospital donde pasó sus últimos días, pa´que le llevaran queso de papa con mortadella grasienta a más no poder.

Ná, que el puertorro padece de una indiscreción crasa y pa´colmo con todos los achaques que le imponen los comerciales de la tele, sigue pensando que la pipa es lo de menos.

Arrastrá iré a mis citas...pa´encontrarme toda la sociedad que hace de la sala de espera un country club. 

viernes, 15 de noviembre de 2013

La culpa es de Hollywood


El desfile de los candidatos a jurado en el caso de Pablo Casellas, parece más un concurso de simpatías que una selección de personas que con cierta objetividad vana evaluar los méritos de unas evidencias inculpatorias para el sospechoso del crimen.

Todos los días, cuando uno de los abogados de defensa, Harry Padilla, trata de aclarar la situación con los jurados a los medios de comunicación, con su sonrisa enigmática por no achacar fuerza de cara a sus gestos faciales, compruebo que la dinámica que tienen bajo la manga es hacer creer al pueblo puertorriqueño que Pablo Casellas es no culpable. No uso la palabra inocente porque el tipo no lo es. Mire compay, a estos abogados se les olvidó que una buena parte de la población se crió analizando misterios de Agatha Christie, viendo películas de Alfred Hitchcock, y pa´colmo, jugando Clue.

Si no consiguen buenos jurados para la faenita que tienen frente de sí tanto los fiscales como la defensa, se debe a que en este país la gente no se chupa el dedo, no le cree ni a la luz eléctrica --by the way, que son unos ladrones a lo Alí Babá-- y se empapó del caso tan pronto el exjuez Casellas se metió de lo más campante en la escena del crimen.

Los abogados de defensa aluden a que los medios de comunicación han estado emitiendo información desde el principio. ¿Es que en su memoria de chiringa no se acuerdan que el mismo sospechoso fue quien dio declaraciones a los medios televisivos como si fuera un celebrity?

Desgraciadamente, se ha desvirtuado el meollo principal de este asunto, meter preso al canalla que mató a su esposa. Yo espero, que al menos, las hijas de este señor sean parte de los testigos y que aunque les digan que no deben hablar de los problemas de una familia disfuncional --la de ellas, y la de su papá-- tengan la valentía para defender la memoria de su madre.

Por lo pronto, Pablo no sirve para actor. Eso queda descartado. Pero comentábamos en la oficina, nosotros, los investigadores de pasillo, que no nos asombraría que él se quitara el grillete electrónico, se lo pusiera al pai, y se fuera al timbiriche de la esquina a darse par de palos de vodka.

Total, como siempre sus padres le taparon las pocavergüenzas... El lunes dirá su flamante abogado, que todavía no hay jurado por culpa de Hollywood. Sí Pepe, también de Law and Order Puerto Rican Version. Sea la estampa.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Distancia y categoría


Me parece estar viendo a la hija de Quino, Mafalda, de espaldas, con su morusa oscura, y las manos cruzadas, así como caminan los viejos filósofos por una facultad, analizando la distancia que hay que tomar para que uno no caiga en la trampa de la infelicidad. En una comiquita de esas que envían por las redes sociales, aparece así, y se me quedó grabada en la memoria interna de mi cerebro. Muchas veces he sido como Mafalda, con la guardia monga de una filosofía de vida que es más lógica que poner en acción el sentido común.

¿Distancia y categoría? Sí, y mi amiga Jacinta Marín, la politóloga del snorquel y chapaletas, diría que es "distingancia", supongo que con la distancia que ella mienta, le engancha, a lo sucu sumucu, la elegancia.

La distancia es buena para sanar, para recapacitar y hacer el maravilloso ejercicio de la introspección. En ese ejercicio que viene, por lo general cuando nos topamos con un asunto traumático --algo así como darse de frente con la realidad de que todo lo que vivíamos era un mundo de ficción acomodaticia a las circunstancias de un entorno familiar-- y luego de que nos surgen preguntas y el magnífico por qué, sin  buscar más allá y por medios insospechados comienzan a fluir las informaciones que nos hacen ver, outside the box, en el macro, fuera de los apasionamientos, las cosas como son. No como pretendían que fueran ante nuestros ojos.

La canción también lo señala: "dicen que la distancia es el olvido..." ¿Olvidas con la distancia o en realidad aprendes a dar prioridad a lo que lo merece? No olvidas, si sabes hacer bien tu ejercicio de introspección --con tus debilidades y virtudes--, recapacitas y te aseguras que en esa distancia que por alguna razón pusiste entre tu ser y otros, encontraste la sabiduría por cuenta propia.

Parece difícil, parece complejo. Lo es y no miento. Lo ha sido para mí en todos estos últimos años. Pero ha valido la pena, la distancia, el sacar de la vida a quien no merece estar. Y en ese recogido del clóset de los recuerdos y vivencias, dejar enganchadas las piezas importantes que componen el guardarropa de mi vida. Lo que no me sirve, lo dono  o lo regalo. Sólo necesito lo imprescindible y justo.

La distancia me ha permitido ver tal si fuera una bola de cristal de las gitanas que predicen tu futuro, otras cosas, adentrarme en el comportamiento humano errático para ver que las condiciones mentales de ciertas personas, en su momento cercanas, que por no haberse atendido a tiempo, desde la juventud, causan una psicosis extraña, en la que no faltan las teorías de conspiración, la paranoia, salpicadas con una batida de complejos.

Entonces vuelvo a la hija de Quino, la gran Mafalda, que en síntesis aporta con su genialidad caracterizada en una niña sabia, para retomar el mensaje: tomar distancia, mejora la salud. Claro, de quienes pusimos pie en polvorosa. De eso no me arrepiento, y prefiero andar por la libre.

sábado, 9 de noviembre de 2013

El abuelo y la nieta



¿Cuánto drama hay en la vida real para recrear fantasías? Todo  el posible, tanto así que debe sorprender no solamente a los eruditos del comportamiento humano sino hasta el más común de los mortales.

Imagínense esta escena...nace una niña, que llega a ser la luz de los ojos de su abuelo.  Sé de abuelos alcahuetes, pertenezco al gremio, pero cuando el amor verdadero de un abuelo y su nieta trasciende, es algo que causa celos e incomprensión. Entonces, hay que pensar más allá de los convencionalismos.

Todos los caprichos, los estudios y hasta los consejos posibles se los dio ese abuelo a su nieta. La llevó a cuánto lugar pudo dentro de sus medios, y posiblemente le inculcó los valores --a su mejor manera-- mientras los padres trabajaban.

La acompañó a la escuela, a los field days, es más la buscaba por las tardes cuando sonaba el timbre que concluía la cotidianidad escolar. Sin embargo, las vueltas de la vida los llevarían por otros senderos.

En la adultez recién estrenada, la joven tomó sus decisiones,  que aunque no eran del agrado del abuelo. Sus amistades estaban proscritas y no llenó las expectativas de la competencia social de su abuelo. Se desvió por el camino en algún punto y comenzó a buscar una ayuda en la figura de un anciano que ya rondaba los ochenta años bastante encaminados.

Quien un día enseñó a amar la tierra a otros, no pudo enseñar a su propia sangre la rectitud del sendero. Ella, en un deseo incontenido de dinero, más los problemas que acarreaba desde jovencita, se lo llevó por  el puente...

Y pensé en mi abuelo, al que apenas conocí porque a Perico lo reclamaron pronto en mi infancia. Recuerdo el queso suda´o que me daba y cómo me encantaba el aroma de la cocina de mi abuela...

Hay quienes no merece que le llamen abuelos, hay quienes se desviven por sus nietos, y hay quienes dan la vida por salvar la de una nieta...

 Yo me siento en el sillón de abuela Sole, lo oigo sonar con sus maderas viejas y digo:
Hasta luego profesor, usted supo lo que tenía que hacer.