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martes, 23 de agosto de 2011

Irene: la nueva generación de tormentas y huracanes

Cuando era chiquita me contaban cosas terribles de las tormentas y los huracanes, esos que llamaban San Ciprián y San Ciriaco. Pa´empezar no eran ná de santos los muy  salvajes y con esos nombrecitos, era  mejor decirles Lucifer. Después llegó la tecnología de ponerle masking tape a cuanta ventana había pa´que no se fuera volando con los vientos de aquellos llamados David y Federico.  Empaquetaban más las ventanas que pastel mal envuelto. Años más tarde, los que no pasamos sustos con los anteriores, nos entró culillo con Hugo, que arrazó media Insula Barataria y con el combo agrandado trajo un temblor de tierra. Supongo que el epicentro era con todos los que estábamos embarraítos del miedo. Allí se formó el ple ple. Nos aprendimos a bañar en chorros del techo, entendimos que había que mantener la calma ¡ja, que nunca tenemos! y había que rendir hasta la última salchicha o sardina de la lata pá no quedarse esmaya´o. De ahí en adelante las cosas empezaron a cambiar, para bien o para lo que sea.
Tan recientemente como Emily, estábamos en un en sus marcas listos fuera pero llegó Irene, sin piedad alguna nos dió de arroz y de masa. Esta sata bloggera andaba en el hospital recuperándose de una reciente cirugía obligatoria, no por gusto como prefieren algunas personas para un retoque aquí y uno allá, sino por cosas de salud.
En mi habitación de hospital, con energía que iba y venía a su gusto conlas ráfagas de viento sabía mas de la susodicha tormenta que los noticiarios pues mis amigos de Facebook estaban sin luz pero contectados con toda suerte de teléfonos inteligentes. No me podía quedar atrás, y ya suelta de cuanto esparadrapo high tech y de diferentes anchuras, me escurría buscando la mejor señal, por los pasillos desiertos del hospital.  En más de una ocasión me fueron a tomar los vitales, esos que no te dejan pegar un ojo porque son bien corriditos, y yo andaba poniéndome al día conla tal Irene. Que si no hay luz en tal sitio, se cayó un árbol en casa de Perensejo, que la ráfaga me llevó el satellite dish,  que la gasolina está cara y ahora no puedo prender la planta,  un sin fin de cosas que estaban pasando casi una tras otra. Entonces Irene se volvió la reinadel Facebook, del Twitter y los otros medios, se fueron quedando atrás como los huevos del perro.
Ya pasada la conmoción y cacheteándole al hospital hasta el último suspiro de electricidad para recargar  el Androide mio, si poque ya no es un celular ni un móvil sino un  Androide, me dí cuenta de que la propia Irene no sabía hasta ónde había calado en la psiquis tecnológica en que vivimos.
Me dí cuenta de que estar sin electricidad es malo porque no tenemos acceso a las computadoras y que las necesidades básicas de agua  y comida han pasado a otra dimensión. Eso nos pasa por comer potato chips...

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