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lunes, 1 de noviembre de 2010

No hay que rajarse el cocote para entendernos

Se me ocurrió preguntarle a mi marido si era difícil entenderme. Parco y cauteloso, con cara de "qué rayos te pasa mija", trató de buscar en el protocolo de años que llevamos juntos la contestación más lógica. " En estos momentos, no podemos atender su llamada". Su evasiva y subsiguente reacción me hizo pensar que lo ha intentado tantas veces que ya se da por vencido. Ok, no te preocupes, le dije. Si yo me entiendo, tú me entiendes. Nos echamos a reír. Le hice la misma pregunta a mi hijo, quien sentado junto a su amiga, no quería contestar. Fácil, le pregunté a ella y me dijo que él la entendía cuando ella quería que la entendiera. Sabia a su corta edad.
 ¿Hace falta que me entiendan? Si la comunicación es suficiente y el mensaje claro, trabaja en las dos vías. Nada de drama de que nadie me entiende. Nada de gritos para poder hablarnos. ¿Por qué nos gritamos si no nos escuchamos? Quizás ahí, precisamente está el lío de la violencia cotidiana, esa a la que ahora le han encasquetado el nombre de violencia de género. Ah pues bien, violencia es violencia, es falta de entenderse uno mismo para entender a los demás. Me costó años reconocer que provengo de un hogar de un padre violento y maltratante. Por lo menos lo reconozco con nombre y apellido. Decidí cambiar el esquema y ahí está el detalle para que no siga el patrón de maltrato. Así hay que agarrar el toro por los cuernos y verbalizar el maltrato para que no prosiga.Y al que pregunte, responderle con disciplina, aplomo y cariño. Vamos a construir algo mejor que lo que tenemos, por fa.

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